martes, 15 de junio de 2010

Una conspiración divina: No son finales, sino nuevos comienzos..

Considero prudente empezar esto manifestando mi profundo enredo a la hora de sentarme a darle sentido a estas ideas. Lo considero así pues lo que sigue tiene mucho de confusión o de complejidad, quizás. Lo cierto es que aquí me encuentro con un fondo musical que espero sea acorde para sacar las ideas que nadan en mí…

El doble pedal de la batería alude a la marcha incesante de ideas que claman por escapar, por hacerse escuchar; las voces sacras levantan cantos en latín mientras mi oído busca en aquella hermosa lengua algo de sabiduría para hablar. A este coro lo acompaña una voz que siento como la de una diosa y junto a ésta, voces guturales desgarran esta armonía o, quizás dan a todo este compendio mucho más equilibrio.

Es fácil para nosotros los jóvenes vivir de manera azorada, creyendo que las sabemos todas, creyendo que en nuestra irreverencia y rebeldía esta todo lo que podemos necesitar. Escupimos a la cara de los dioses, deseamos quemar antiguas escrituras y negar la sabiduría de otros tiempos. Es fácil para nosotros vivir sin fe; el ímpetu de esta etapa de nuestras vidas nos hace más impacientes que el resto de nuestros momentos en este plano. La principal prueba de todo humano ha de ser la paciencia, pero ésta no debe significar ausencia de perseverancia.

He allí el extremo que repudio: el sentarse a esperar sin hacer más. Ciertas lógicas están imbuidas de una creencia en la predestinación que busca mermar nuestra acción. Si, hay situaciones que no podemos eludir; pero la mayor parte de nuestra existencia nos la pasamos de una encrucijada a otra, siendo nosotros con nuestros pasos quienes ladrillo a ladrillo edificamos el recinto donde nuestra consciencia alberga su sabiduría.

Pero en ocasiones, un viento huracanado nos arrastra y nada resulta suficiente para detenerlo. La vida gira y gira en más de trescientos sesenta grados, sentimos que algo nos azota, nos abofetea, nos arrebata el aliento, busca devorar nuestra alma. ¡Oh! A esto me refiero, ¿por qué hemos de pensar que necesariamente nos quieren despojar de nuestra alma? ¿No podemos pensar en otra opción? Creo que es aquí donde se manifiesta esa falta de fe, de impaciencia, que nos caracteriza a mí y a mis coetáneos.

Deseamos algo, lo soñamos y vamos en busca de eso. A nuestra edad, tal parece no importarnos si destrozamos cabezas en el camino, nuestra lógica solo opera bajo una premisa “la grandeza requiere sacrificios” “Y si mis ideales son causal de pecado, entonces orgulloso seré de ser un pecador” Por ello, cuando el huracán nos azota, blasfemias son lo único que sabe pronunciar nuestra boca. Maldecimos, renegamos, la parte oscura de nuestra esencia surge imponente para embriagarnos en un abismo que solo va a aumentar nuestra falta de fe.

¿Por qué no ver el azote del huracán como un golpe de suerte, un giro bienaventurado o cómo una bendición del destino? ¡No! Resulta que eso no es lo que queremos y por eso no nos importa. Craso error. Somos los “Tontos de la Condenación”, somos nosotros mismos quienes nos condenamos al fracaso. En vez de sentarnos a buscar entender qué puede sacarse de una determinada situación, simplemente nos refugiamos en ofensas y en actitudes defensivas.

Seguro alguien objetará “¿Acaso tu puedes entender el sentido de las acciones en la inmediatez?” No, ¡que va! Para nada. También he escupido al rostro de los dioses, y quemado sus templos en mis sueños. Pero, ¿qué había conseguido con eso? Solo cegarme más, encerrarme en un pesimismo que me estaba matando; no físicamente pero si de manera espiritual y creo que esta es una forma peor de morir que la física propiamente. Un cuerpo con un alma marchita es como una estrella que ya no brilla, como un día sin sol, como un mundo sin Dios.

Me levanto al estrado y ahora soy yo quien inquiere: “¿Acaso nadie en esta corte ha pasado por eso? ¿Quién no ha sentido que se le va el aliento y en vez de ser paciente y esperar que el tiempo de las razones, nos quejamos sin ver más allá y nos sumergimos más en un mundo en donde solo nos rodeamos de más y más escoria? Hace siglos la humanidad firmó la capitulación de su espíritu y con ello iniciamos el camino hacia la deshumanización.

Sin embargo hay quienes buscan derogar ese documento. Son aquellos que sienten “perder” algo los que reaccionan ante la oscuridad que los consume y empiezan a repensarse. Son ellos quienes buscan reafirmar su fe, cambiando su lógica a un “la creencia es la cura”, “todos los dolores con el tiempo alivian”. No me refiero a consumir el opio de las religiones, sino a refugiarnos en ese componente espiritual de nuestra existencia, en esa sensibilidad que nos permitirá ver más allá.

Es esa espiritualidad lo que nos concede la flexibilidad mental necesaria para establecer analogías entre los eventos de nuestras vidas y los eventos de la vida de los otros. Cierto, nadie escarmienta por cabeza ajena, pero de las cicatrices en el rostro ajeno podemos aprender algo también. Solo se que hay paz cuando se cree, solo se que hay desespero cuando fe no se tiene.

Cabe resaltar aquí entonces una advertencia en cuanto al creer. Puede pasarse de la irreverencia al capricho. La paz a través del creer no significa “se hará esto porque así lo deseo y cómo lo deseo”, recordemos que los “azotes” seguirán. Algunos para probar nuestra perseverancia y otros para darnos una bendición. Es la fe en que “lo que sucederá será lo mejor para todos” lo que marca la diferencia. No hablo de abandonar la lucha, de no seguir construyendo nuestros caminos, sólo entender que si esos caminos cambian de horizonte no es porque a los dioses les encanta vernos sufrir, es porque a la larga, con el tiempo, ese desvió era la mejor opción.

A veces los atajos y las veredas suelen convertirse en las nuevas autopistas hacia nuestros sueños…Es esta “conspiración divina” que nos trae tanto alegrías como tristezas, que nos “quita” y nos “da”, la que nos abre las puertas a un paradigma perceptivo que no habíamos considerado con anterioridad.

“Perdiendo” también se gana y, a veces, hasta se gana más… Nunca hablemos de finales, sino de nuevos comienzos…

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