miércoles, 4 de agosto de 2010

¿Religión o Espiritualidad?

Una visión rápida a esta pregunta pudiera derivar en otra: ¿acaso no son lo mismo? Cada quien está en su libre criterio de creerlo así; no obstante, yo considero todo lo contrario y lo presentado aquí tiene como fin exponer algunas ideas al respecto. Otra visión, más acertada, situaría a los dos términos en la categoría de importantes. En efecto, lo son.

Su importancia reside en que ambos términos reflejan una necesidad en todos y cada uno de nosotros: la búsqueda de un equilibrio interno. Esto me hace confesar aquí una faceta pasada de mi pensamiento. Anteriormente consideraba a las personas profundamente religiosas como seres atrofiados de mente pero, con el tiempo y algunas experiencias vividas, he dejado atrás esa impropia concepción y me he percatado de que la critica no debe girar en torno a la debilidad de la mente de los creyentes pues lo mismo pudiera decirse de quienes abanderamos la espiritualidad ¿o no? Después de todo, ambos buscamos ese equilibrio interno pero desde distintos “métodos”.

La crítica debe ser entonces contra la estructura llamada Religión. Al respecto tengo una serie de consideraciones que tocare en otro momento. Por ahora me interesa contrastar aquí los dos términos y ya con el tiempo ir realizando análisis más agudos de cada uno. Pero, regresando a mi confesión, lo que si logre extraer de aquella impropia calificación –y que además desarrollé- fueron una serie de tipos de sujetos en base a estos términos. Me atrevo a ir entonces un poco más allá y a considerar que existen tres tipos “puros” de sujetos: el profundamente religioso, el profundamente espiritual y el profundamente ateo.

Debe entenderse aquí que el calificativo de “profundo” no es más que un sinónimo de radical. Aquí tiene que ver mucho la estructura rígida de los términos –su dogmatismo- y surge entonces de nuevo el debate sobre la “debilidad mental”. Los dogmas y su influencia fanática pretenden entonces ser los agentes explicativos del sentido de cada una de las acciones humanas, sirviendo como un cerco que no nos permite caminar más allá del mismo. Dentro de este acuartelamiento la desobediencia es fútil, por no decir que no lo hay. Y al dejar esta “vía de escape” o fuga a la estructura doctrinaria, se derivan de los tres tipos de sujetos mencionados anteriormente tres tipos más.

Del primer tipo de sujeto se emana el religioso “light”, del segundo el espiritual “light” y del tercero el creyente de emergencia (sobre este hablaré con más detalle en otro momento). Aunque no estoy muy seguro de que podamos hablar de dogmas en el caso de quien es profundamente ateo, pienso que en él operan igualmente categorías muy rígidas que buscan impedir su anexión a alguno de estos “métodos”. Estos “subtipos”, ya no tan “puros”, nos revelan una actitud humana ante los radicalismos que buscan jalarnos hacia uno de los extremos de la cuerda –que aquí llamaremos creencias-. Esta actitud, rebelde, es la que llamaremos “conducta light” y no es sorpresa entonces que encontremos a alguno que otro que confiese, de manera muy jocosa, que es un católico “light”, por poner un ejemplo.

Pero antes de proseguir con esta conducta ligera, quiero traer a colación algo que espero haya causado ruido tal como lo causo en mí. Los tipos “puros” que ya mencione emergen de las estructuras rígidas de ambos términos aquí expuestos. Si, esto quiere decir que la espiritualidad también tiene su estructura rígida, erigida no sólo por la búsqueda de un equilibrio interno sino por alcanzar –y he aquí la idea radical- la pureza del alma. De esto deviene toda una serie de conducciones profundamente ascéticas y aislantes que tienen como fin lo que ya mencionamos. Ascéticas porque los placeres mundanos ensucian el alma, y aislantes porque solo en la soledad podremos contactarnos y hallar nuestro equilibrio.

Sin embargo, esta rigidez de la estructura espiritualidad por el fin que busca tiene en si misma la causa originaria que anula la rigidez en pos del equilibrio. La religión en este aspecto es un poco más inflexible pues todo cambio fuera de la religión contara con la aprobación de ésta solo si se ajusta a sus parámetros. Aquí podemos apreciar que la religión es menos susceptible de adaptarse a los nuevos tiempos mientras que la espiritualidad si permite una readaptación constante (siempre y cuando no nos dejemos llevar por estas ideas de pureza existencial).

La conducta light es un desafío directo a la estructura religión, revela el detrimento de su influencia –que prefiero llamar dominación- sobre todos los ámbitos de la vida del ser humano. No solo vemos migraciones de una religión a otra sino también cuestionamientos internos. El ser humano se va alejando del dogmatismo y empieza a ser más relajado en cuanto al seguimiento de su fe religiosa. No obstante, aquí hay una diferencia con la espiritualidad: si bien esta conducta light permite una flexibilización de la conducta del humano religioso –dándole nuevos sentidos a sus acciones-, también es cierto que en él queda un residual que solo se activa cuando una idea diametralmente diferente amenaza con pulverizar la semilla sembrada por la religión, esto es, la fe ciega hacia una sola explicación de mundo.

La espiritualidad, por su parte, nos permite contemplar distintas visiones, hacer nuestras propias interpretaciones. Si, es una ética más individual pero en el sentido en el que la concibo busca revitalizar a la humanidad haciéndola menos inhumana. La interpretación de la divinidad no nos hace ateos y mucho menos herejes: no nos hace ateos porque creemos en una entidad originaria superior (espiritualidad monoteísta) o en un conjunto de entidades (espiritualidad politeísta); y no nos hace herejes porque para nosotros no hay herejía, este calificativo peyorativo surge de compararnos con una fe religiosa en particular.

Quien se pliega a la espiritualidad va haciendo su propio camino. Busca no condenar las acciones de los demás en términos de bueno o malo, sino trata de entender y comprender el por qué de las acciones, buscando de esta forma no solo la manera de ayudar a los demás –de ser posible- sino también ver como las experiencias tanto propias como ajenas pueden ir equilibrando nuestro espíritu. La religión tiene ya unos parámetros trazados, fuera de ellos el creyente se torna pecador y corre el riesgo de la condenación eterna. En la espiritualidad no hay condenación eterna, solo las consecuencias de nuestros actos o, dicho de otra manera, somos nosotros mismos quienes nos “condenamos”.

En la religión la comunicación con lo divino es a través de intermediarios o de fórmulas litúrgicas. En la espiritualidad si bien queda como opcional la puesta de procedimientos mágico-religiosos, la comunicación con lo divino es más directa e íntima. No necesitamos sacerdotes o Iglesias, para nosotros Dios –o los dioses- se hayan en cualquier parte: la naturaleza es el único templo sagrado.

Los eventos inesperados muestran en ambos términos una suerte de coincidencia. Tanto en uno como en otro son sucesos inevitables, aunque en la religión existe más la propensión a quererlo ver como un “castigo” mientras que en la espiritualidad es más propenso buscar de interpretar el sentido de la acción divina, por muy imposible que esto parezca. La frágil coincidencia es que ha sido un evento que “se ha querido así” y solo la razón divina conoce el por qué.

Una dualidad que no comparte la espiritualidad con la religión, y esto asomándonos un poco en lo supra terrenal, es el binomio cielo/infierno. La religión juzga, después de nuestra muerte física, nuestras acciones y en base al veredicto iremos a un lado o a otro. La espiritualidad desmonta este tribunal divino y da autonomía a las almas. La muerte física no significa el fin del alma: se traspasa a un plano superior (o a una serie de planos superiores) donde somos nosotros mismos quienes nos revisamos –sin condenarnos ni juzgarnos- buscando fortalecer nuestro equilibrio espiritual. Sobre esto también hablare en otro momento.

Lo cierto es que, percibo, estamos en una inversión del ciclo conductual humano: estamos en sociedades altamente secularizadas donde el desencantamiento ya esta tocando sus límites y el re-encantamiento surge imponente buscando salvar el equilibrio interno de cada uno de nosotros. En esta etapa la disputa entre religión y espiritualidad la va ganando la segunda por ser más flexible y comprender mejor los nuevos tiempos. Mientras la religión siga inflexible, su estructura se hará cada vez más anacrónica. Y esto por no tomar en cuenta las atrocidades que se han hecho “en nombre de Dios”.

Ciertamente, ambos términos son importantes. Eso no lo cuestiono. Pero, en lo personal, creo que la estructura espiritualidad me permite conseguir un equilibrio interno –sin dominaciones- a diferencia de la estructura religiosa. Aquí el término dominación no debe ser visto como una mofa blasfema desde la espiritualidad –“somos marionetas de Dios”- sino como la comprensión de que en el seno de la estructura religiosa hay pulsiones oscuras que se revelan en esta manía de las religiones por expandirse no solo en todas las naciones sino en todas las demás esferas de la vida humana.

Esta nueva etapa del ciclo conductual humano apuesta por una humanización de los seres humanos. El gran paso para ello es comprendernos y no condenarnos; escuchándonos y no cegándonos; siendo cambiantes y no estáticos.

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