domingo, 10 de julio de 2011

Desahogo


Menuda sensación de placer la que experimenta en estos momentos mi alma al contemplar a sus extremidades tangibles delatar su viva voz. Ya casi moría, ya languidecía al no expresarse, al encerrarse en la jaula de las más severas e ingenuas reflexiones, en el océano donde las olas de la madurez y de la inocencia que azotan esta piedra corporal la estaban asfixiando. Tanto regodeo egoísta, tanta masturbación intelectual la estaban aniquilando, la acercaban a una de las tantas manifestaciones de la muerte: a una muerte existencial donde el cuerpo está pero el motor de la lucha se abstrae de todo.

¿Y es que acaso existe algún paradójico escenario donde el ser social, abstrayéndose en un acto de suicidio, pueda propiciar alguna transformación? Ahogándose en un mar de reclamos se encontraba el alma mía, aunque quizás sea ingenuo dar por superada esta situación. Aún le falta oxígeno, requiere respirar. El aluvión de sensaciones que ha venido experimentando últimamente si bien pueden darle placer también la pueden llegar a matar, y esta afirmación no revela temor alguno: la muerte es algo natural y algo que se manifiesta de múltiples maneras, no solo es el cuerpo que ya no despierta más, sino el que anda sin motivación alguna en la vida, ese que seducido por la extrema abstracción cae en la tentación de condenar a toda la humanidad en un acto de profunda misantropía, ese que desprecia la pasividad pero que no le da asco su ocultamiento. Esa forma de morir resulta lamentable, es como escuchar el canto de un ave y no sentir alegría, como desnudar la piel ante la lluvia y no sentir la humedad. Es hablar con una voz inaudible. Es querer luchar pero no hacerlo, querer amar pero no hacerlo, querer vivir pero no hacerlo.

No obstante, aunque todo lo descrito es muy cierto, me da asco la forma pasiva en la que está siendo redactado. Hablando de mi alma como algo ajeno a mí, como “si fuera una cosa” cuando lo que ella padece no es más que lo que estoy viviendo en mi cotidianidad. Es una graciosa forma de reclamarse pero sin ser consciente del reclamo y con ello regresar al punto de partida para seguir en la tragicómica rutina.

Cuán placentero me ha resultado este momento de desahogo, de quebrar con esa visión positivista de realizar las reflexiones, es decir, de criticar sin verse uno mismo, de reclamar sin proponer nada. De creer que al estudiar la realidad social debemos alejarnos de ella, de creer que al reflexionar sobre nuestra propia existencia debemos alejarnos de ella. ¡Tamaña estupidez! Hablar de uno mismo en tercera persona es el acto más ridículo que ha cometido la neutralización.

Ser neutral no es más que aceptar “lo dado”, es vivir muerto.

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